Frente a la situación de emergencia por el nuevo coronavirus, la seguridad alimentaria de las familias rurales en el Perú enfrenta un decisivo reto. Se confrontan las realidades de la agricultura familiar y los sistemas de producción. A la pandemia se suma la irregularidad de lluvias en la serranía peruana (enero-marzo, 2020), afectando a los cultivos en áreas de secano.

Se prevé resultados negativos para su siguiente campaña agrícola, “campaña chica 2020”. Las fuentes naturales no se recargaron suficientemente para disponer de agua para el riego. En este contexto, las mujeres cobran un rol importante en la producción y provisión de alimentos para sus familias.

Betti Norahuena Chinchay, agricultora familiar, promotora ambiental, socia del comité vaso de leche de Uran (distrito de Yúngar, Provincia de Carhuaz-Áncash) y participante del proyecto financiado por MISEREOR en Áncash, ejecutado por el CEDEP, comenta que por la COVID-19: “estamos paralizados”, “estamos aislados en nuestra casa, cumpliendo la cuarentena”, “no hay movimiento”, “no hay semillas para comprar, para preparar el terreno”, “no podemos hacer nada”. Con esta situación, peligra su producción agrícola y economía familiar.

Betti está por cosechar su producción de papas para autoconsumo en su pequeña parcela (que sería la tercera campaña de producción con el proyecto MISEREOR); sin embargo, afirma que su producción de trigo, en un terreno de secano, se verá afectado por la escases hídrica. En su zona existen conflictos por la distribución de agua de riego, y esto podría empeorar con el tiempo, por lo que se ve obligada a disminuir su área de siembra y así evitar riesgos de pérdida de su producción.

Todavía no percibe inseguridad alimentaria porque la mayor parte de su producción esta destinada al autoconsumo. En su biohuerto tiene hortalizas cultivadas orgánicamente (acelga, zanahoria, zapallito italiano, betarraga, entre otros). Por el momento, está trabajando con las semillas, almácigos que le proporcionó el proyecto de MISEREOR. Debido al temor de contagiarse con COVID-19, Betti realiza las labores culturales en sus parcelas con la mano de obra familiar. Por ahora no se puede recurrir al apoyo de sus vecinos o empleo de jornaleros por temor de contraer la enfermedad.

Usualmente, cuando cosechaba hortalizas en cantidad, vendía a sus vecinos o a las tiendas de su caserío; sin embargo, ahora no ha podido sacar su pequeña producción para la venta. No tiene facilidades para transportar sus productos (Carhuaz o Huaraz) debido a la inmovilización social obligatoria. Sus verduras se han malogrado y ha tenido que regalarlas en varias ocasiones.

En estos tiempos de COVID-19, las capacitaciones sobre buenas prácticas agrícolas (preparación de compost, biol, biocidas, etc.) así como la entrega de semillas a los agricultores familiares que realizó el CEDEP con sus proyectos está permitiendo que los agricultores y las agricultoras puedan salvaguardar su seguridad alimentaria y mantener su subsistencia.